Con libros y
clases sobre Nietzsche o álgebra, Estados Unidos quiere cambiar el rumbo de sus
saturadas cárceles y dar segundas oportunidades a presos como el afroamericano
Terrell Johnson, feliz de servir de ejemplo de esfuerzo y constancia a su hija
de 12 años.
“En mi vida
he tomado muy malas decisiones. Tengo tres hijos y no quiero que sigan mi mismo
camino. Quiero servirles de ejemplo y que se sientan orgullosos de mí”, subrayó
Johnson, que estudia en la prisión de Jessup (Maryland), donde cumple condena
por tráfico de drogas.
Detrás de
las altas vallas de la prisión y el lento deslizar de las pesadas puertas de
acero, 70 hombres y mujeres se sientan cinco días a la semana en pequeñas
clases de paredes blancas y pizarras en las que se escribe con, en las que los
profesores apuntan las tareas del día y avisan de exigentes exámenes
trimestrales.
La principal
diferencia con cualquier universidad- en la cárcel no hay internet ni
ordenadores. Los diccionarios y enciclopedias los provee la Universidad
de Goucher, un centro privado que puso en marcha en 2012 un programa especial
de educación para presos con el que los aprenden sobre historia afroamericana,
álgebra, cultura latinoamericana y diferentes idiomas, como el español.
El Gobierno
de EEUU anunció esta semana un programa, que toma como modelo la iniciativa de
Goucher, para permitir que algunos presos puedan estudiar mediante la solicitud
de unas becas federales, que hace 20 años el Congreso decidió prohibir para las
personas entre rejas.
“Este
programa lo significa todo para mí. He dado muchos problemas en mi vida a mi
madre. Pero ella está orgullosa de esto”, destacó Johnson, quien cumple condena
en la prisión de Maryland, durante la presentación de la iniciativa carcelaria
del Gobierno, que comenzará como pronto en el último trimestre de 2016.
“Estoy aquí
porque vendía drogas. Una vez que tenía antecedentes penales era difícil
conseguir trabajo. Es complicado mantener a los niños trabajando en el
McDonald’s. Me inventé excusas y me llevaron a un mal lugar”, reconoció el
preso con una dentadura tan desordenada como lo era su vida.
Ahora,
asegura, afrontaría esos problemas de una forma muy diferente porque la
educación le ha hecho ganar paciencia, seguridad y le ha permitido “abrir los
ojos” a experiencias, culturas y personas en las que antes no se había fijado
o, simplemente, había visto como una amenaza.
Vestido con
el mismo tipo de camisa azul, el recluso Kenarl Johnson se mostró emocionado
por el libro sobre el decimoquinto presidente de los EEUU, James Buchanan
(1857-1861), que le ha encargado leer el reconocido profesor de Historia Jean
H. Baker. “He aprendido mucho sobre lo que ocurrió con la esclavitud o
la Guerra Civil.
Este
semestre ha sido fantástico”, dijo el recluso, que lleva dos años estudiando y,
cuando salga en libertad, planea terminar su grado e ingresar en la Universidad
Towson del Estado de Maryland, famosa por sus estudios de Magisterio.
Además de
tener el apellido en común (Johnson), los dos presos cumplen la doble condición
de ser hombres y afroamericanos, por lo que tienen más posibilidades de ser
arrestados y, en caso de ser enjuiciados, sufrir condenas más largas que los
ciudadanos blancos por los mismos delitos, según un informe de la Casa Blanca.
En concreto,
según datos de la Oficina de Estadísticas del Departamento de Justicia (BJS),
el 59 % de las personas en cárceles estatales o federales pertenecen a minorías
étnicas, con un 37 % de afroamericanos y un 22 % de hispanos.
También
afroamericano es Glenn Martin, que recibió una ayuda estatal para estudiar
mientras cumplía seis años de cárcel en Wyoming (Nueva York) y ahora aboga por
cambiar un sistema penal que ha probado “una y otra vez” su ineficacia al no
potenciar la reinserción.
“Recuerdo
una sensación de alivio cuando comencé a estudiar. Tu cuerpo estaba recluido,
no podías moverte. Pero tu mente volaba por encima de las vallas de acero”,
describió Martin, que ha podido reconstruir una vida próspera lejos de las
rejas y los uniformes de presidiario.
Los carteles
de la prisión -“Solo se permite un breve beso o abrazo al final o la entrada de
la visita”- recuerdan las bases de un sistema penal que permite la pena de
muerte y cuenta con la población carcelaria más numerosa del mundo, por encima
de China o los 35 mayores países de Europa juntos.
Detrás de
las rejas, los libros parecen ser el mejor himno de la reinserción y la mejor
arma contra el peligroso triángulo de pobreza, encarcelamiento y analfabetismo.
FUENTE: http://hoy.com.do/